Hiperresponsabilidad, felicidad y frustración - hijosconexito
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Hiperresponsabilidad, felicidad y frustración

¿Es nuestro hijo más feliz si lo protegemos más?

Ser padre y/o madre se ha convertido, en ocasiones, en una tarea difícil. Muchos padres[1] entienden la educación de los hijos como una actividad diseñada al milímetro, lo que favorece que perciban la crianza de sus hijos como una actividad anclada en de control y la hiperresponsabilidad.

Desde esta perspectiva, muchos se marcan como objetivo primordial la felicidad de sus hijos, dejando en segundo plano otras facetas de su evolución personal.

Pero estos padres no caen en la cuenta de que este enfoque educativo será el que hará que los hijos, a la larga, sean personas frágiles, inseguras, vulnerables, sin resistencia a la frustración, sin habilidades para enfrentarse a los conflictos, con poca capacidad de adaptación y muy exigentes con su entorno.

Un hijo tendrá más probabilidad de ser feliz si tiene interiorizadas capacidades y habilidades de todos los ámbitos del desarrollo individual. Superará los obstáculos con mayor facilidad y tendrá más fortaleza para alcanzar los retos.

En un primer momento, es en el hogar donde los niños hacen suyas las habilidades necesarias para desenvolverse en el medio. Son los padres, por tanto, los que ‘transmitirán’ a sus hijos las pautas de comportamiento a interiorizar.

Desde que nacen, los hijos van incorporando patrones y habilidades –entre ellas las emocionales– por un simple mecanismo de imitación a sus padres.

Son ellos su mejor ejemplo. Si los padres dan valor a lo intelectual, a la cultura del esfuerzo y al trabajo bien hecho, si marcan con claridad los objetivos a alcanzar, los límites y las normas para ellos mismos y para los hijos y si mantienen una comunicación fluida y activa en el hogar, será el mejor trampolín hacia una vida plena, emocionalmente estable y por supuesto, feliz. Será el mejor trampolín hacia el éxito personal.

A ser feliz se puede aprender y será en el hogar donde los hijos se iniciarán en ese aprendizaje.

Si los padres son cordiales, dan las gracias, son positivos, trabajan por alcanzar unos objetivos, son responsables y autónomos, regulan sus emociones, controlan las conductas negativas, etc., estarán abonando el terreno para que, con bastante seguridad, el hijo y/o la hija reproduzcan dichos comportamientos. Y como consecuencia, el concepto que tendrán de sí mismos mejore, la valoración y aceptación social se incremente, y en definitiva, sean más estables emocionalmente.

[1] Con el fin de agilizar la lectura del presente post, siempre que ha sido posible se han empleado nombres epicenos, perífrasis o sustantivos genéricos y colectivos, huyendo en la medida de lo posible del desdoble del singular. De igual manera, se ha mantenido el masculino universal de los sustantivos y adjetivos plurales.

 

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